Lo usual a los quince años es andar con los amigos, escaparse de clase para beber micheladas. Fumar a escondidas. Gozar con los esbozos de adultez que derraman nuestros poros.
Lo sé, tal vez estoy demasiado viejo y ya nada de eso suceda, pero sí puedo asegurar que a los tres lustros nadie tiene su nombre en las marquesinas de galerías de arte, ni su rostro mirándolo desde la estrambótica melancolía de una colección de autorretratos. Nadie salvo Cristina Otero.
A los 13 años descubrió el gusanillo que hoy la coloca como uno de los más talentosos fenómenos de las redes sociales.
Una breve mirada al mundo del modelaje le bastó para entender que el maquillaje es la estrella olvidada de la industria, y así, con la facilidad que sólo da la corta edad, tomó una cámara e inició con su cadena de autorretratos llenos de expresividad, imaginación y locura… Y claro, toneladas de pintura.
La joven madrileña -declarada fan de la también precoz fotógrafa china Zhang Yingna- es una convencida del poder del autorretrato. A la usanza de Frida Kahlo, se permite el lujo del completo control sobre su obra jugando con ideas, conceptos y emociones que no podrían ocurrir sin la fulgurante intimidad entre su rostro y la cámara.
La sencillez que proporciona la luz natural es –junto a Photoshop- su herramienta predilecta, al tiempo que procura tener siempre a la mano su cámara Pentax K-5 por si la inspiración la toma de improviso.
No sólo se ha atrevido a experimentar, sino que la primera vez que pudo mostrar sus creaciones fue dos años después de su primer acercamiento con la fotografía con la exposición El otro él mismo: otra para sí misma, llevada a la reconocida galería de arte contemporáneo, Kir Royal Gallery, en Madrid. Desde entonces países como Alemania, Canadá, Reino Unido, Brasil, han abierto sus puertas a la creatividad de Cristina.
Quizá sin el boom de las redes sociales esta chica sería una española más en Cádiz. Quizá sería el objeto de culto de un selecto grupo de admiradores. Yo más bien creo que Cristina Otero representa a la perfección aquella frase del maestro Alfred Eisenstaedt: “Lo más importante no es la cámara, sino el ojo”
Texto por Barrientos