¿Cuál fue la primera fotografía que te publicaron en el periódico?
—La primera foto que tomé y me publicaron en un periódico, la tomé porque no quería ver.
La tomé con una cámara desechable de 35mm, eso lo sé ahora, pero para mí era una vil cajita de cartón con estampado feo y un par de botones.
La cámara estaba en la mesa del comedor del departamento donde vivía con mi mamá, la mesa estaba junto a una gran ventana que daba al patio interior de edificio y entraba mucha luz que hacían del comedor un lugar siempre cálido, aún estando sin comida, como ahora. La pequeña caja estaba en el centro de la mesa, en el lugar del frutero, y con los colores de la fruta en su estampado, una letras medianamente grandes y a la vista decían: COLOR, eso me quedaba clarísimo. Jalé una silla para subirme a ella y alcanzar la cámara, me estiré hasta el centro de la mesa sintiendo como ésta se balanceaba por mi peso, pero no pasaría nada, nunca ha pasado nada. Logré alcanzar la cámara y la vi más de cerca. Mamá tardaría un poco en llegar, había ido a visitar a mi tía, la que vive abajo en el tercer piso. En la cámara había una pequeña ventana para ver hacia adelante, me pareció algo estúpido ver sólo una pequeña parte de todo lo que hay delante y además si tapaba el círculo negro que tenía delante ya no miraba nada, para qué hacían esas cosas, me preguntaba, era como taparse los ojos sin cerrarlos.
Le grité a mamá desde la ventana del comedor, hasta abajo, vestida de rojo estaba lavando Juana, la muchacha que limpiaba la casa de mi tía, me miró y le gritó a mi mamá. Aquí en el edificio nos conocemos todos y la mayoría somos familia, incluso Juana a veces es familia. Mi mamá no escuchó, pero salió Fernando y le enseñé la cámara. Subió volado a ver, él sabía lo qué era. Me explicó que en cuanto se oprime el botón de arriba lo que mirabas se graba en algún lado dentro de la caja, luego se lleva a una tienda y te regresan las miradas; me dijo que a veces las regresan sin colores y que a él le gusta coloreadas con sus plumines, otras tantas, como parecía ahora, las regresaban con colores.
Desde abajo le gritó mi tía a Fernando, y al mismo tiempo que él se levantaba de la mesa dejando la cámara en mis manos, mamá entraba por la puerta con una revista enrollada bajo el brazo y en la otra su monedero con las llaves del departamento. A mamá no le caía bien Fernando, le daba miedo verlo sentado en la cornisa de la azotea con los pies colgando hacia abajo, pero creo que en realidad lo que atemorizaba a mi mamá era que le cayera encima o que yo empezara a subir con él, pero a mí me gusta ver.
Mamá y Fernando sólo se vieron para no chocar al cruzar la puerta, a mamá no le gustaba Fernando como mi primo, era un par de años mayor que yo y según mamá, andaba en malos pasos. Mamá me vio con la cámara en las manos, me contó cómo funcionaba y lo maravilloso que le parecía que al tomar una foto, dejabas de mirar ese instante; lo comprendí cuando terminé con las fotos de esa cámara y me compró una de rollo, «profesional», decía mamá.
Siempre andaba con un ojo metido en el visor de la cámara y con el otro viendo el camino para no caerme. En cuanto veía algo apretaba el botón y dejaba de mirar, imaginaba lo que había pasado: un ave con las alas abiertas, un balón atravesando la portería, un perro brindando en un charco, en realidad no sabría nada hasta revelar el rollo.
Un miércoles de marzo Fernando estaba en la azotea, en la cornisa de ladrillo rojo con los pies volados, lo miré y sonrió, saqué la cámara de la mochila y le tomé una foto arriba con su sonrisa y otra abajo, cuando cayó, pero esa la tome para no ver nada.
Texto por Traum Huetzi
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