Poeta de la lente, su fotografía es mexicana por causa, forma y contenido, hipersensible, emotivo. Así se hablaba del fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo.
Su padre, maestro, y su abuelo, pintor, practicaban fotografía como aficionados, lo cual llevó a Manuel a su primer encuentro con el arte a muy temprana edad. Estudió de manera autodidacta las posibilidades de la cámara y los procesos fotográficos.
Interrumpió sus estudios tras el fallecimiento de su padre y comenzó a trabajar en la Tesorería General de la Nación. En 1915 se inscribió en la Academia de San Carlos; por las tardes estudió pintura, literatura y música.
Conoció a Hugo Breheme en 1923 quien lo influyó fuertemente en la imagen fotográfica y lo incita a comprar su primera cámara.
Tras una exposición colectiva realizada en el Teatro Nacional, hoy Palacio de Bellas Artes, conoce a varios artistas de su generación, escritores, pintores, músicos. Entre ellos conoció a Diego Rivera, Tina Modotti y Pablo O’Higgins, quienes lo influyen e incitan a desarrollarse de tiempo completo al arte fotográfico además de influenciarlo ideológicamente en el desarrollo de su fotografía: cultura e identidad mexicana, la vida urbana, los pueblos, las tradiciones y el paisaje.
Realiza su primera exposición individual en 1932 en la galería Posada, dirigida por el grabador y fotógrafo Emilio Amero y comparte exposiciones con el fotógrafo Henri Cartier-Bresson en el Palacio de Bellas Artes fascinando a André Bretón.
En las décadas de los cuarenta y cincuenta, trabajó primordialmente en la industria cinematográfica realizando fotografía fijas, ello lo lleva a realizar experimentos personales y a consolidar su madurez artística. En esta época realiza su más importante exposición retrospectiva.
Considerado el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX, falleció el 19 de octubre de 2002, a los 100 años. Manuel Álvarez Bravo sabía que la bondad y la belleza existen.
Texto por Alejandro Arce