Tal vez la principal función asignada desde su origen a la fotografía es la de recordar, ser una muleta para nuestra renqueante memoria, siempre impotente para detener el paso del tiempo. Por eso hay pocas cosas más dramáticas (o hubo, ya que esto ocurría sobre todo en la era analógica de la fotografía) que romper o quemar retratos. Quien lo hace quiere destruir junto con ella las imágenes de esa persona en su memoria.
Y es verdad que el tiempo irá diluyendo rasgos y gestos, que incluso el rostro más querido deja de visualizarse cuando perdemos su referente, aunque lo reconoceríamos de inmediato si volviéramos a verlo.
En sus series de fotografías quemadas, el artista brasileño Lucas Simöes propone una reflexión sobre esta paradójica acción: quemar un objeto exterior para borrar algo en nuestro interior. Las fotografías que utiliza en su serie no son de su autoría, las obtiene de diversas fuentes y no quema las originales, sino que imprime copias con impresoras de baja resolución.
¿Quemarías tus recuerdos? Puedes conocer más sobre el trabajo de Lucas Simöes en su página: www.lucassimoes.com.br